domingo, 14 de junio de 2015

Vitalidad del espacio urbano.


Por Victor Manuel Gutiérrez Sánchez

Cuando buscamos en nuestros recuerdos aquellos lugares que han dejado una huella más profunda, muchas veces encontramos espacios que, por sus características, nos impactan de manera significativa, muchas veces inconsciente, por su vitalidad. Así, conservamos en nuestra memoria una “tarjeta postal” vívida por ser interactiva y multisensorial, de un lugar, porque recordamos sus olores, sensaciones, sonidos, la presencia de otras personas, o un hecho que sucedió en un momento determinado. Pero, ¿Qué es la vitalidad urbana? ¿Podemos determinar o medir el nivel de vitalidad de un espacio?
Existen varios métodos para realizar un análisis de este tipo, pero en lo particular encuentro de gran utilidad, un manual denominado “Entornos Vitales”, realizado por un equipo interdisciplinario de arquitectos, urbanistas, paisajistas, antropólogos y diseñadores británicos, el cual establece una guía práctica y con fundamentos técnicos para valorar entornos construidos, o bien, para establecer las premisas para diseñar nuevos espacios. Todo ello con las reservas del caso, de un manual generado en otras latitudes y que es necesario “tropicalizar” para adecuar al aquí y al ahora.
De acuerdo con este equipo son siete aspectos los que se deben de considerar para determinar la vitalidad urbana:
1.     Permeabilidad
2.     Legibilidad
3.     Variedad
4.     Versatilidad
5.     Imagen apropiada
6.     Riqueza visual
7.     Personalización
La permeabilidad se refiere a esa capacidad de recorrer el espacio, a esa diversidad de opciones quese tienen para llegar de un punto a otro en un entorno determinado. Esta permeabilidad puede ser entendida como permeabilidad funcional o de tránsito, cuando se refiere a la circulación de las personas a través de un lugar, o bien, como otros tipos de permeablidad, asociados a la percepción, como pueden ser la permeablidad visual u olfativa, cuando se pueden recibir estos estímulos a la distancia. Llegar a una plaza y poder abarcarla con la mirada, porque no hay obstáculos o porque la vegetación es suficientemente baja o alta, como para no bloquear el paso o la vista, recorrerla con pocos obstáculos, cambiar diferentes rutas en el tránsito a través de ella, son ejemplos de este aspecto, digamos, en nuestra Plaza de los Fundadores, que al ser un zócalo, presenta una gran permeabilidad de tránsito peatonal.
A la facilidad con la que los habitantes y visitantes de un lugar “leen” el espacio, se denomina legibilidad. Esta posibilidad de orientarse e interpretar el espacio, está directamente relacionada con su uso, y por tanto con indicadores tales como  el desarrollo económico, comercial o turístico de un lugar. Se refiere a señalética, mapas, placas con texto y sistema Braille, pantallas interactivas, sitios web, acceso a internet, etc., pero también a la posibilidad de que exista una oficina o quiosco de información turística, o una forma multimedia de interacción, por ejemplo la campaña “¿Sabe usted que ocurrió en este lugar?”, que apareció en nuestras plazas y monumentos a partir de los festejos del Bicentenario.
Por su parte, la variedad se refiere a esa diversidad de actividades que acaecen en un lugar, y que normativamente recibe el nombre de usos de suelo. Esta diversidad está ligada no solo a la variedad que un entorno puede ofrecer, sino también a su defensibilidad, porque la variedad permite un uso intenso y constante del espacio. Dicho de otra forma, no existe espacio más inseguro que el que es monofuncional, como ciudades dormitorio, distritos de oficinas, etc., ya que éstos se utilizan solo parcialmente, a diferencia de un entorno de uso mixto bien equilibrado. Un ejemplo de ello pudiera ser el Jardín de San Miguelito, donde encontramos usos habitacionales, comerciales, de culto y educativos coexistiendo de manera armónica.
La versatilidad se refiere a la posibilidad de que un espacio sea utilizado de diferentes maneras a lo largo del tiempo. Por ejemplo, calles que se vuelven mercados al aire libre o tiaguis, cierto día de la semana, o un espacio abierto que se transforma en escenario o foro de espectáculos, en una negociación en el tiempo que nos hace verlo de diferentes maneras. Un ejemplo de ello podría ser la Plaza de Aranzazú, que ha albergado diversos eventos con adaptaciones temporales.
El carácter de los espacios y los edificios, como lo llamó Villagrán, se refiere a esa imagen apropiada que hace que los espacios “parezcan lo que son” es decir, que expresen su razón de ser o la actividad para la cual fueron creados. Es inevitable la referencia a Válery cuando hablaba de edificios “mudos”, la mayoría, otros “que hablan”, que son menos, y otros, aún menos “que cantan”.
La riqueza visual, debe ser completada con una riqueza multisensorial, como nos dice Pallasmaa, ya que no sólo los estímulos visuales constituyen la riqueza vital de un espacio. Sus colores y sus formas, si, pero también sus olores –a elote, a algodón de azúcar, etc.-, la sensación táctil de su temperatura a la sombra, o la brisa de sus fuentes, o el pisar sobre diferentes texturas. Un buen ejemplo de ello es el Jardín de San Francisco, que ofrece una gran riqueza sensorial a una gran variedad de usuarios.
Finalmente la personalización, que en nuestro contexto se conoce más como la identidad, esto es, la capacidad de vernos “reflejados en” o “representados por”, un entorno tangible e intangible. Este aspecto se refiere a esos rasgos culturales que hacen único a cada lugar, y que lo distinguen de otros, como la música, la vestimenta, la gastronomía, las costumbres y tradiciones. Un ejemplo de ello lo encontramos en el Jardín de Tequis, otro espacio de gran vitalidad durante todos los días del año, para los parroquianos, familias, niños, jóvenes, adultos mayores, mascotas, etc.
Los aspectos anteriormente descritos, nos ayudan a entender y caracterizar un espacio a partir de su vitalidad, si bien los ejemplos referidos en este artículo son plazas o espacios públicos, este sistema sirve también para interpretar un espacios construidos o edificios, conjuntos habitacionales, o bien, los “nuevos espacios públicos”, que son los centros comerciales. Podrá ser que un espacio salga muy bien evaluado en algunos aspectos, y en otros no tanto, pero al final la vitalidad está determinada por la integración balanceada de todos estos conceptos. Generalmente, los espacios con gran vitalidad, como la Plaza del Carmen, por ejemplo, presentan altos niveles de cada uno de los aspectos aquí enlistados, además de ser incluyentes con una gran diversidad de usuarios.
Este método me ha servido para analizar diferentes contextos determinados, o para establecer los objetivos de espacios a proyectar, pero sobre todo me ha servido para enseñar a futuros arquitectos a conocer y organizar los aspectos a considerar para lograr la vitalidad de un espacio. Es por ello que no quisiera dejar pasar la oportunidad de agradecer a quien me recomendó y facilitó este manual, mi amigo Fernando Torre, arquitecto, paisajista y catedrático, a quien debemos el diseño de algunos de los más interesantes espacios de nuestra ciudad. Un artífice, sin duda, de la vitalidad del entorno construido.

Bibliografía

“Entornos Vitales, Hacia un Diseño Urbano y Arquitectónico más Humano”, Manual Práctico, de Bentley+Alcock+Murrain+McGlynn+Smith. Editorial Gustavo Gili, Barcelona, 1999

Fotografía: Victor M. Gutiérrez (Reforma 222, Cd. de México).

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