domingo, 8 de octubre de 2017

Cosmovitral, el Jardín Botánico de Toluca.

Por Victor Manuel Gutiérrez Sánchez

En medio del ajetreo y el tráfico de una de las zonas metropolitanas más intensas en cuanto a su dinámica poblacional e industrial, se encuentra el Jardín Botánico de la ciudad de Toluca: un remanso de paz en pleno centro histórico, desde su fachada se alcanzan a ver las colonias populares, que se enciman en las montañas, y que en los colores de sus fachadas hacen un guiño al vitral policromo que desde hace casi 40 años pinta la luz en un doble efecto de iluminación, durante el día hacia el interior y durante la noche hacia afuera.
Considerado el más grande del mundo, el Cosmovitral es la piel de un bello edificio Art Nouveau que fue construido en tiempos de Don Porfirio Díaz conmemorando el Centenario de la Independencia. Esta corriente artística encontró en nuestro país un prolífico desarrollo durante el Porfiriato, ya que encontró en la naturaleza la inspiración para generar un estilo universal que representaba a una sociedad moderna y cosmopolita.
El edificio fue concebido originalmente para albergar al Mercado “16 de Septiembre”,  que comenzó a construirse en 1908, pero que debido a la gesta revolucionaria, fue inaugurado hasta 1933, a partir de lo cual funcionó 40 años como mercado. Esta función original habría que reubicarse después, cuando se le asignó al inmueble la noble función de albergar el jardín botánico de la ciudad. El monumento sorprende por sus datos, manufacturado por la Compañía Fundidora de Aceros de Monterrey, implicó la utilización de 75 toneladas de estructura metálica, 45 toneladas de vidrio soplado, 25 toneladas de cañuelas de plomo, 500 mil fragmentos de vidrio.
Rico en su narrativa visual, el vitral fue diseñado por el gran artista mexiquense Leopoldo Flores (Tenancingo, 1934-Toluca, 2016), que en esta pieza monumental despliega alusiones al tema de la confrontación filosófica entre dualidades , como el bien y el mal, la luz y la oscuridad, la noche y el día.  El Cosmovitral fue realizado entre 1978-1980,  y tiene una extensión de 3,200 m2 de vitral, a lo largo de la cubierta y la parte superior del perímetro, para lo cual el artista contó con un extraordinario equipo de artesanos a cargo de Bernabé Fernández.
El Cosmovitral como obra plástica tiene un enorme valor artístico, y un profundo arraigo local. Su autor, nacido en el pueblo de San Simonito, municipio de Tenancingo, es reconocido mundialmente como impulsor de un nuevo concepto de muralismo, con un trasfondo filosófico, y como precursor de un arte público, con el llamado Muralismo Pancarta (1969),  que dio a conocer más allá de nuestras fronteras. Lo anterior, aunado a su prolífica obra que se encuentra en nuestro país y principalmente en su estado natal, lo llevaron a obtener el Doctorado Honoris Causa (2008) por la Universidad Autónoma del Estado de México.
Pero si la monumentalidad del edificio porfiriano no fuera suficiente para sorprender a sus visitantes, el Jardín Botánico, con más de 400 especies vegetales de los más variados ecosistemas, puede dejar pasmado al visitante sensible a la belleza natural. En varios de sus espacios, este lugar es testigo de la influencia de la excelencia japonesa en el diseño de jardines, como en la escultura dedicada a Eizi Matuda, investigador japonés que tuvo a su cargo la Comisión Botánica del Estado de México, y que dedicó su vida al estudio de la flora local; o en la escultura denominada “Linterna de la Amistad”, conmemora la hermandad que la ciudad de Toluca tiene con Saitama, Japón.
Si bien, los datos técnicos del Cosmovitral nos dicen que en el trabajo de los vitrales se utilizaron 28 colores, es cierto decir que  los efectos lumínicos hacen que, con el paso de la luz y en sus reflejos en el agua, estos colores se multipliquen infinitamente, en una experiencia multisensorial que definitivamente hay que visitar en la primera oportunidad.


Fotografías
Victor Manuel Gutiérrez Sánchez

Fuentes de información

Casa Clavigero

Por Victor Manuel Gutiérrez Sánchez

En mis jardines, en mis casas,
siempre he procurado que prive el plácido murmullo del silencio,
y que en mis fuentes cante el silencio.
Luis Barragán


La obra constructiva de Luis Barragán (Guadalajara 1902- Cd. De México, 1988), el Gran Maestro de la arquitectura mexicana, podemos clasificarla en tres etapas: una regionalista a sus inicios (1927-1936) en Guadalajara, una racional funcionalista a su llegada a la Ciudad de México a mediados de la década de 1930 y otra expresionista a partir de 1945, en las obras que le darían el reconocimiento internacional que perdura hasta nuestros días.
De esta primera etapa, donde su producción arquitectónica abreva de las vivencias de su infancia en Mazamitla y en el México rural (haciendas, pueblos, conventos, etc.), se destaca la Casa González Luna (1929-1930), una hermosa construcción residencial que se conserva razonablemente en buen estado, y que hoy podemos visitar para conocer más a fondo el legado del único mexicano que ostenta el Premio Pritzker (1980).
Por encargo de Efraín González Luna, político mexicano que habría de destacar como ideólogo del Partido Acción Nacional, por el cual fue candidato presidencial (1952). Esta maravillosa construcción, sintetiza los principios de iluminación e intimidad que caracterizaron toda la obra de Barragán, magistralmente logrados por un excelso manejo de los materiales y el uso del color.
Enmarcada por robustas arcadas, y rematada por fuentes en los extremos frontal y posterior de la casa, esta presenta un sobrio predominio de la masa sobre el vano, que resaltan la volumetría –inédita para su época-, compuesta por bloques escalonados, dando variedad a la perspectiva de sus distintas vistas. Sus gruesos muros de carga están perforados por ventanas cuadradas y rectangulares, que en sus marcos evidencian el grosor de su sistema constructivo con base en muros de adobe y piedra, acabados con pinturas de cal y ladrillo en exteriores, así como maderas oscuras y mosaicos en pisos, y un detalle de tejado cerámico verde, que contrasta con los muros pintados de amarillo ocre.
Esta casa fue construida en lo que era las zona residencias campestre de Guadalajara en la década de 1920, y que hoy se conoce como la céntrica Colonia Americana, en una etapa de la arquitectura mexicana que veía en lo regional los valores a alcanzar a través de su construcción. En ella se pueden encontrar influencias arábigas, mezcladas con guiños a la arquitectura vernácula mexicana, una combinación reconocible en esta primera etapa de la obra barraganiana. La construcción consta de dos niveles, además de las comodidades domésticas, se destaca la presencia de espacios como la amplia biblioteca y el oratorio en la planta alta, rodeados de una gran terraza, que nos hablan de la vida de recogimiento intelectual y espiritual de sus habitantes originales. Cuando construyó esta casa, Barragán, recién llegado de Europa, con una confesa influencia de Ferdinand Bac –arquitecto, paisajista y escritor francés-, confirió al jardín un papel protagónico. En este lugar, el jardín ventila, ilumina y da escala, así como el estímulo multisensorial por medio de juegos de agua y árboles llenos de aves, con sonidos que aíslan del ruido exterior.
La casa fue ampliada en 1939 por el arquitecto Ignacio Díaz Morales, y fue habitada por la familia González Luna hasta 1964. Posteriormente, en una iniciativa por conservarla, el Instituto de Estudios Superiores de Occidente (ITESO) adquirió la propiedad y la restauró 2001, conservando su esencia, pero habilitándola para albergar un centro cultural de extensión de la vida universitaria.
Declarada Monumento Artístico de la Nación, por el Instituto Nacional de Bellas Artes y la Secretaría de Cultura del Estado de Jalisco, el centro cultural lleva hoy el nombre del Jesuita Francisco Xavier Clavigero, estudioso de la filosofía, docente e indigenista, que escribió la Historia Antigua de México, un país al que amó y defendió culturalmente hasta el fin de sus días, que pasó desterrado en Italia.
No se debe desaprovechar la oportunidad de conocer este edificio tan especial, de acceso libre, que cumple ahora la función de conservar, difundir y promover la producción de la institución, por medio de exposiciones temporales y permanentes de la cultura regional. Además cuenta con salones de usos múltiples para reuniones, cursos e incluso exámenes profesionales, una explanada para conferencias y eventos, así como una agradable cafetería, que es aprovechada por algunos visitantes para hacer algún apunte de esta inolvidable experiencia de visitar la Casa González Luna, hoy Casa ITESO Clavigero.


Boceto Urbano. El dibujo como instrumento de observación de la realidad social

Por Victor Manuel Gutiérrez Sánchez

“Prefiero el dibujo a las palabras,
dibujar es más rápido y
deja menos lugar a las mentiras”.
Le Corbusier

En la actividad que me ocupa como científico social del hábitat, he reafirmado últimamente que el dibujo es un invaluable instrumento para la observación de la realidad. Complementario a las fuentes directas de observación, como los levantamientos fotográficos, las encuestas y entrevistas, el dibujo obliga al estudioso del espacio a observar, stricto sensu, aspectos que tal vez la fotografía capta, pero de manera muy automática, poco reflexiva.
Aspectos como las distancias proxémicas o el lenguaje no verbal en la postura de los que participan del espacio observado, escapan a la mirada superficial en la era de la selfie, en que todo aparato portátil sirve para registrar y denunciar la realidad circundante.
Una de los aspectos más maravillosos del dibujo, es que prácticamente todo el mundo puede hacerlo. Más allá del juicio de valor, el dibujo es una de nuestras formas más elementales de comunicación, y la utilizamos en cuanto tenemos un mínimo control de nuestros movimientos y la capacidad de conectarlos con nuestros pensamientos.
Todos tenemos, en nuestros primero años de vida, esa vocación de comunicación gráfica, algunos la siguen cultivando y otros no, es la única diferencia. Pero estoy convencido de que todo mundo puede aprender a dibujar de una manera eficaz para transmitir una idea, con la práctica, la confianza y los ejercicios adecuados. Alguien de quien aprendí mucho al respecto, es la Mtra. Teresa Palau, quien aseguraba que “para dibujar decentemente, había que echar a perder muchísimo papel”.
Además de la capacidad para “decir” cosas de nuestro entorno, más allá de lo evidente, el dibujo sirve además como una muy eficaz forma de penetración etnográfica en las comunidades que observamos, por curiosidad o como actividad científica, ya que una persona dibujando, además de ser mucho menos agresiva en la percepción de la gente que alguien con una cámara o una grabadora, incita a la gente a acercarse a ver lo que estás haciendo.
Esto lo reafirmé en el curso de Boceto Urbano que tuvo lugar en nuestra ciudad hace algunas semanas, por parte de la Arq. Leticia Balacek, en un esfuerzo coordinado entre la Facultad del Hábitat, el Laboratorio de Arquitectura Sinapsis y el Colegio de Arquitectos de San Luis, además del Gobierno del Estado de San Luis Potosí.
En este ejercicio, la instructora nos enseñó a “releer” nuestro entorno, a partir de nuevas sensibilidades y percepciones, pero sobre todo, a partir de observar con detenimiento y a dibujar con soltura, captando la atmósfera característica de cada lugar. Cabe mencionar que este curso, movió fibras sensibles y aportó una visión nueva al boceto urbano, tanto a dibujantes experimentados como noveles.

He tenido la fortuna de compartir el gusto por dibujar con personas talentosísimas, como las mencionadas Balacek y Palau, así como con otros también “gigantes” del dibujo, como Juan Fernando Cárdenas y Jorge Tamés, con quieres, recorriendo las calles de Guanajuato, plumilla, acuarela y grafito en mano, “echamos a perder” muchísimas hojas de nuestros cuadernos Moleskine, apreciando mucho más la belleza de cada lugar, contagiando a otros la curiosidad por dibujar, pero sobre todo, disfrutando de una pasión y un gusto inigualables.

Teodoro González de León 1926-2016 In Memoriam.

Por Victor Manuel Gutiérrez Sánchez*
*twitter e instagram @intersticio74

“La arquitectura existe cuando hay emoción poética.
La arquitectura es cosa plástica.
El arquitecto se vale de los instrumentos utilitarios
en virtud del propósito plástico que persigue:
El arquitecto compone”.
Le Corbusier


A Manera de Homenaje: Tres Momentos y Tres Obras Preferidas.

Más que contribuir a la abundancia de artículos y reseñas en torno a Teodoro González de León y su innegable legado, méritos y reconocimientos, el presente artículo busca hacer un sencillo homenaje desde una perspectiva personal y anecdótica de una de las personalidades más influyentes en la arquitectura mexicana contemporánea.

Tres Momentos.

1.    Congreso Internacional de Arquitectura “Entre Líneas”, en el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey (1996). La primera vez que pude platicar personalmente con Teodoro González de León, siendo yo aún estudiante, fue en torno a una evidente evolución en el lenguaje arquitectónico de sus obras recientes, que mostraban un nuevo giro compositivo, en concordancia con el panorama contemporáneo de la arquitectura. Fue sumamente inspirador el ver como un arquitecto con un renombre consolidado continuaba explorando nuevas formas de hacer arquitectura.

2.    Presentación del Libro “Cuadernos de Viaje IV” en El Colegio Nacional (2015). Esta vez fue en la sede de las grandes personalidades del mundo intelectual de nuestro país, cuando destinó un tiempo valiosísimo para compartir con profesores y estudiantes de la Facultad del Hábitat, gracias a las gestiones de Juan Fernando Cárdenas, en una charla cercana donde, además, nos obsequió un ejemplar de sus Obras Completas. Después, en el mismo lugar presentó un libro que lo refrendó como el “gran viajero y conocedor de ciudades”, un apelativo ganado a pulso, en un cuaderno de viajes lleno de anotaciones y croquis de sus estancias en Japón.

3.    Festejo del 90 Aniversario en el II Congreso Internacional de Arquitectura y Ciudad Mextrópoli, e inauguración de la Exposición “Maquetas” en el Museo de la Ciudad de México (2016). La última vez que vi a Teodoro González de León, fue en el emotivo homenaje –como debe de ser: en vida-, que la Editorial Arquine, El Colegio Nacional y el Gobierno de la Ciudad de México le hicieron, con motivo de sus 90 años de vida. Si bien Teodoro González de León era un asistente asiduo al Congreso Mextrópoli, esta vez participó de manera entusiasta como panelista, haciendo agudas críticas a la manera en que nuestras normativas urbanas continúan privilegiando al estacionamiento del automóvil privado, en detrimento de la habitabilidad de las ciudades. Esta última fue su lucha que continuó hasta su último aliento.

Tres Obras Preferidas.

1.    El Museo Rufino Tamayo (1981), en colaboración con Abraham Zabludovsky. Sin duda, este museo integrado de manera destacada en el Bosque de Chapultepec, ha sido una inagotable lección de arquitectura desde que lo visité por primera vez, siendo aún niño. He regresado y lo he recorrido una gran cantidad de veces, y me sigue transmitiendo una gran emoción descubrir cada vez un nuevo efecto de iluminación natural o una vista seleccionada del exterior desde su interior, de la que no me había percatado antes. Además, el avistarlo desde lejos, antes de llegar, forma parte de la emoción del recorrido por esta zona de la Ciudad de México, que trato de hacer cada vez que regreso.

2.    La Casa de la Calle Amsterdam (1996-1997). Esta obra marca, para mí, un motivante descubrimiento de la naturalidad con la que Teodoro González de León transitaba de la arquitectura hacia las artes plásticas, pintura y escultura, y lo refleja de manera muy clara en este enclave de silencio para la creación, ubicado entre las colonias Condesa e Hipódromo Condesa, una de mis zonas favoritas de la Ciudad de México, donde se ubican obras de otros arquitectos tan fundamentales como Luis Barragán o Mario Pani. Fue en esta misma época en que pude admirar algunas de las obras pictóricas y escultóricas de González de León, que sin duda se influyen mutuamente con la creatividad arquitectónica que originó esta casa.

3.    La Embajada de México en Alemania (1997-2000), en colaboración con Francisco Serrano. Mi preferencia subjetiva por esta obra también tiene que ver con un aspecto emotivo. Su inicio coincide con el tiempo en que estuve en aquel país, en una estancia en la Universidad Tecnológica de Berlín. Encontrarme con esta importante presencia de nuestro país en una metrópoli en ebullición urbanística y arquitectónica, fue una de las mas gratas, en un período de permanente descubrimiento y asombro de mi parte hacia las grandes creaciones de la arquitectura en cada etapa de su devenir histórico.

Me disculpo por el hecho de que este anecdotario se encuentra evidentemente marcado por la subjetividad que, aunque no se justifica, se explica por la admiración que siempre he tenido y que en su oportunidad expresé a Teodoro González de León, a quien consideré en vida un sólido candidato para ser el segundo Premio Pritzker mexicano.

Imágenes:
Adriá, M. (2016) Teodoro González de León. Maquetas. Ciudad de México: Arquine.
Rossi, A. (1996) Ensamblajes y Excavaciones. La obra de Teodoro González de León 1968-1996. Ciudad de México: INBA.

Para más información:
Adriá, M. (Intro.) (2003) Teodoro González de León. Obra Completa. Ciudad de México: El Colegio Nacional.