Por Victor Manuel Gutiérrez Sánchez
Ante la acelerada transformación de nuestra
ciudad, se nos presenta la disyuntiva de continuar expandiendo la mancha urbana
o re-desarrollar los intersticios que la obsolescencia y/o cambios en las
actividades humanas van dejando al paso del tiempo.
Como otros asentamientos humanos, la
capital del estado de San Luis Potosí tiene bordes naturales y artificiales que
delimitan en cierta medida la dimensión idónea en función de la capacidad de
carga acuífera –condición vital para la supervivencia urbana-, y de las
reservas naturales de las que depende la sustentabilidad.
Muchas veces estos bordes naturales
(serranías, ríos, cañadas, etc.) y artificiales (vías férreas, estructura vial,
zonas industriales, etc.) son rebasados físicamente por el desarrollo
inmobiliario expansionista, incrementando las distancias y los costos
necesarios para satisfacer los satisfactores de la vida urbana, y generando
fuertes cargas financieras al sector público, que debe de proveer
infraestructura, equipamiento y servicios públicos.
¿Quién asume estos costos? Principalmente
los consumidores, que se enfrentan a la especulación inmobiliaria en la forma
de precios muy por encima de la calidad urbana que reciben y del nivel de
ingresos que presenta nuestra región geográfica. Ciertamente, estos costos no
se asumen por los desarrolladores inmobiliarios, que se enriquecen cada vez más
con cada negocio, bajo la máxima capitalista del suelo urbano: “Compra barato,
vende caro”.
Una alternativa puede vislumbrarse en la
tendencia mundial a densificar las zonas urbanas consolidadas, bajo la premisa
de generar vivienda en zonas que ya cuentan con infraestructura, equipamiento y
servicios. Inclusive la Política Nacional de Vivienda ha privilegiado el
desarrollo vertical, una fórmula heredada de la Europa de la segunda posguerra,
que gozó de amplia aceptación en nuestro país, e incluso en nuestra ciudad
contamos con ejemplos de la tipología multifamiliar desde finales de la década
de 1950.
En teoría, la densificación vertical es una
buena opción para el re-desarrollo, pero no hay que soslayar el impacto que
ésta puede tener en zonas urbanas consolidadas:
·
Impacto a la infraestructura.
Mayor demanda de servicios básicos como agua potable, drenaje y alcantarillado,
debe contemplarse esta forma de ampliación, impopular entre inversionistas y
políticos porque “no se ve”.
·
Impacto a la movilidad. Más
personas demandando medios para desplazarse, sobre todo se recomienda apostar
por medios alternativos y masivos, para reducir el tráfico, la contaminación y
la accidentalidad.
·
Impacto a la sociedad. Mucha
gente viviendo en menos espacio, conlleva conflictos y problemas sociales que
se pueden prevenir con gestión de formas de participación en torno a los
problemas comunes.
·
Impacto al equipamiento y el
espacio público. La vivienda por sí sola no hace ciudad, es importante
considerar las instituciones que posibilitan la vida urbana, y sobre todo, el
espacio público como extensión de la vivienda, que incremente la calidad de
vida comunitaria.
La densidad puede representar una
oportunidad para beneficiar a más personas, si se hace de manera planeada,
organizada, y bien construida. Si además cuenta con la participación
comunitaria, puede darse continuidad a un proyecto integral para crear
comunidades, en vez de fraccionamientos.
Fotografía: Hugo Díaz Martini
No hay comentarios:
Publicar un comentario