Por
Victor Manuel Gutiérrez Sánchez
“Prefiero el dibujo a las
palabras,
dibujar es más rápido y
deja menos lugar a las
mentiras”.
Le Corbusier
En
la actividad que me ocupa como científico social del hábitat, he reafirmado últimamente
que el dibujo es un invaluable instrumento para la observación de la realidad.
Complementario a las fuentes directas de observación, como los levantamientos
fotográficos, las encuestas y entrevistas, el dibujo obliga al estudioso del
espacio a observar, stricto sensu,
aspectos que tal vez la fotografía capta, pero de manera muy automática, poco
reflexiva.
Aspectos
como las distancias proxémicas o el lenguaje no verbal en la postura de los que
participan del espacio observado, escapan a la mirada superficial en la era de
la selfie, en que todo aparato
portátil sirve para registrar y denunciar la realidad circundante.
Una
de los aspectos más maravillosos del dibujo, es que prácticamente todo el mundo
puede hacerlo. Más allá del juicio de valor, el dibujo es una de nuestras
formas más elementales de comunicación, y la utilizamos en cuanto tenemos un
mínimo control de nuestros movimientos y la capacidad de conectarlos con nuestros
pensamientos.
Todos
tenemos, en nuestros primero años de vida, esa vocación de comunicación
gráfica, algunos la siguen cultivando y otros no, es la única diferencia. Pero
estoy convencido de que todo mundo puede aprender a dibujar de una manera eficaz
para transmitir una idea, con la práctica, la confianza y los ejercicios
adecuados. Alguien de quien aprendí mucho al respecto, es la Mtra. Teresa
Palau, quien aseguraba que “para dibujar decentemente, había que echar a perder
muchísimo papel”.
Además
de la capacidad para “decir” cosas de nuestro entorno, más allá de lo evidente,
el dibujo sirve además como una muy eficaz forma de penetración etnográfica en
las comunidades que observamos, por curiosidad o como actividad científica, ya
que una persona dibujando, además de ser mucho menos agresiva en la percepción
de la gente que alguien con una cámara o una grabadora, incita a la gente a
acercarse a ver lo que estás haciendo.
Esto
lo reafirmé en el curso de Boceto Urbano que tuvo lugar en nuestra ciudad hace
algunas semanas, por parte de la Arq. Leticia Balacek, en un esfuerzo
coordinado entre la Facultad del Hábitat, el Laboratorio de Arquitectura
Sinapsis y el Colegio de Arquitectos de San Luis, además del Gobierno del
Estado de San Luis Potosí.
En
este ejercicio, la instructora nos enseñó a “releer” nuestro entorno, a partir
de nuevas sensibilidades y percepciones, pero sobre todo, a partir de observar
con detenimiento y a dibujar con soltura, captando la atmósfera característica
de cada lugar. Cabe mencionar que este curso, movió fibras sensibles y aportó
una visión nueva al boceto urbano, tanto a dibujantes experimentados como
noveles.
He
tenido la fortuna de compartir el gusto por dibujar con personas
talentosísimas, como las mencionadas Balacek y Palau, así como con otros
también “gigantes” del dibujo, como Juan Fernando Cárdenas y Jorge Tamés, con
quieres, recorriendo las calles de Guanajuato, plumilla, acuarela y grafito en
mano, “echamos a perder” muchísimas hojas de nuestros cuadernos Moleskine, apreciando mucho más la
belleza de cada lugar, contagiando a otros la curiosidad por dibujar, pero
sobre todo, disfrutando de una pasión y un gusto inigualables.
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