Por Victor Manuel Gutiérrez Sánchez
Cuando buscamos en nuestros recuerdos aquellos lugares que han dejado
una huella más profunda, muchas veces encontramos espacios que, por sus
características, nos impactan de manera significativa, muchas veces
inconsciente, por su vitalidad. Así, conservamos en nuestra memoria una
“tarjeta postal” vívida por ser interactiva y multisensorial, de un lugar, porque
recordamos sus olores, sensaciones, sonidos, la presencia de otras personas, o
un hecho que sucedió en un momento determinado. Pero, ¿Qué es la vitalidad
urbana? ¿Podemos determinar o medir el nivel de vitalidad de un espacio?
Existen varios métodos para realizar un análisis de este tipo, pero en
lo particular encuentro de gran utilidad, un manual denominado “Entornos
Vitales”, realizado por un equipo interdisciplinario de arquitectos,
urbanistas, paisajistas, antropólogos y diseñadores británicos, el cual
establece una guía práctica y con fundamentos técnicos para valorar entornos
construidos, o bien, para establecer las premisas para diseñar nuevos espacios.
Todo ello con las reservas del caso, de un manual generado en otras latitudes y
que es necesario “tropicalizar” para adecuar al aquí y al ahora.
De acuerdo con este equipo son siete aspectos los que se deben de
considerar para determinar la vitalidad urbana:
1. Permeabilidad
2. Legibilidad
3. Variedad
4. Versatilidad
5. Imagen
apropiada
6. Riqueza
visual
7. Personalización
La permeabilidad se refiere a esa capacidad de recorrer el espacio, a
esa diversidad de opciones quese tienen para llegar de un punto a otro en un
entorno determinado. Esta permeabilidad puede ser entendida como permeabilidad
funcional o de tránsito, cuando se refiere a la circulación de las personas a
través de un lugar, o bien, como otros tipos de permeablidad, asociados a la
percepción, como pueden ser la permeablidad visual u olfativa, cuando se pueden
recibir estos estímulos a la distancia. Llegar a una plaza y poder abarcarla
con la mirada, porque no hay obstáculos o porque la vegetación es
suficientemente baja o alta, como para no bloquear el paso o la vista,
recorrerla con pocos obstáculos, cambiar diferentes rutas en el tránsito a
través de ella, son ejemplos de este aspecto, digamos, en nuestra Plaza de los
Fundadores, que al ser un zócalo, presenta una gran permeabilidad de tránsito
peatonal.
A la facilidad con la que los habitantes y visitantes de un lugar “leen”
el espacio, se denomina legibilidad. Esta posibilidad de orientarse e
interpretar el espacio, está directamente relacionada con su uso, y por tanto
con indicadores tales como el desarrollo
económico, comercial o turístico de un lugar. Se refiere a señalética, mapas,
placas con texto y sistema Braille, pantallas interactivas, sitios web, acceso
a internet, etc., pero también a la posibilidad de que exista una oficina o
quiosco de información turística, o una forma multimedia de interacción, por
ejemplo la campaña “¿Sabe usted que ocurrió en este lugar?”, que apareció en
nuestras plazas y monumentos a partir de los festejos del Bicentenario.
Por su parte, la variedad se refiere a esa diversidad de actividades que
acaecen en un lugar, y que normativamente recibe el nombre de usos de suelo.
Esta diversidad está ligada no solo a la variedad que un entorno puede ofrecer,
sino también a su defensibilidad, porque la variedad permite un uso intenso y
constante del espacio. Dicho de otra forma, no existe espacio más inseguro que
el que es monofuncional, como ciudades dormitorio, distritos de oficinas, etc.,
ya que éstos se utilizan solo parcialmente, a diferencia de un entorno de uso
mixto bien equilibrado. Un ejemplo de ello pudiera ser el Jardín de San
Miguelito, donde encontramos usos habitacionales, comerciales, de culto y
educativos coexistiendo de manera armónica.
La versatilidad se refiere a la posibilidad de que un espacio sea
utilizado de diferentes maneras a lo largo del tiempo. Por ejemplo, calles que
se vuelven mercados al aire libre o tiaguis, cierto día de la semana, o un
espacio abierto que se transforma en escenario o foro de espectáculos, en una
negociación en el tiempo que nos hace verlo de diferentes maneras. Un ejemplo
de ello podría ser la Plaza de Aranzazú, que ha albergado diversos eventos con
adaptaciones temporales.
El carácter de los espacios y los edificios, como lo llamó Villagrán, se
refiere a esa imagen apropiada que hace que los espacios “parezcan lo que son”
es decir, que expresen su razón de ser o la actividad para la cual fueron
creados. Es inevitable la referencia a Válery cuando hablaba de edificios
“mudos”, la mayoría, otros “que hablan”, que son menos, y otros, aún menos “que
cantan”.
La riqueza visual, debe ser completada con una riqueza multisensorial,
como nos dice Pallasmaa, ya que no sólo los estímulos visuales constituyen la
riqueza vital de un espacio. Sus colores y sus formas, si, pero también sus
olores –a elote, a algodón de azúcar, etc.-, la sensación táctil de su
temperatura a la sombra, o la brisa de sus fuentes, o el pisar sobre diferentes
texturas. Un buen ejemplo de ello es el Jardín de San Francisco, que ofrece una
gran riqueza sensorial a una gran variedad de usuarios.
Finalmente la personalización, que en nuestro contexto se conoce más
como la identidad, esto es, la capacidad de vernos “reflejados en” o
“representados por”, un entorno tangible e intangible. Este aspecto se refiere
a esos rasgos culturales que hacen único a cada lugar, y que lo distinguen de
otros, como la música, la vestimenta, la gastronomía, las costumbres y
tradiciones. Un ejemplo de ello lo encontramos en el Jardín de Tequis, otro
espacio de gran vitalidad durante todos los días del año, para los
parroquianos, familias, niños, jóvenes, adultos mayores, mascotas, etc.
Los aspectos anteriormente descritos, nos ayudan a entender y
caracterizar un espacio a partir de su vitalidad, si bien los ejemplos
referidos en este artículo son plazas o espacios públicos, este sistema sirve
también para interpretar un espacios construidos o edificios, conjuntos
habitacionales, o bien, los “nuevos espacios públicos”, que son los centros comerciales.
Podrá ser que un espacio salga muy bien evaluado en algunos aspectos, y en
otros no tanto, pero al final la vitalidad está determinada por la integración
balanceada de todos estos conceptos. Generalmente, los espacios con gran
vitalidad, como la Plaza del Carmen, por ejemplo, presentan altos niveles de
cada uno de los aspectos aquí enlistados, además de ser incluyentes con una
gran diversidad de usuarios.
Este método me ha servido para
analizar diferentes contextos determinados, o para establecer los objetivos de
espacios a proyectar, pero sobre todo me ha servido para enseñar a futuros
arquitectos a conocer y organizar los aspectos a considerar para lograr la
vitalidad de un espacio. Es por ello que no quisiera dejar pasar la oportunidad
de agradecer a quien me recomendó y facilitó este manual, mi amigo Fernando
Torre, arquitecto, paisajista y catedrático, a quien debemos el diseño de
algunos de los más interesantes espacios de nuestra ciudad. Un artífice, sin
duda, de la vitalidad del entorno construido.
Bibliografía
“Entornos Vitales, Hacia un
Diseño Urbano y Arquitectónico más Humano”, Manual Práctico, de
Bentley+Alcock+Murrain+McGlynn+Smith. Editorial Gustavo Gili, Barcelona,
1999
Fotografía: Victor M. Gutiérrez (Reforma 222, Cd. de México).
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